Autor:
Sealtiel Enciso Pérez
En este
mes de octubre se cumplen 284 años de uno de los sucesos que conmovió la vida
en la tranquila península de California. Me refiero al alzamiento de miles de
indígenas de la tribu Pericú contra el sistema de vida que intentaban imponerle
los Misioneros Jesuitas y los colonos europeos.
Corría
el año de 1734, ya hacía 37 años que se había fundado el primer asentamiento
colonizador fijo en la península de California el cual era el Puerto de Loreto.
Los sacerdotes jesuitas iniciaban la colonización de nuevos territorios hacia
el sur de la península. Establecieron las Misiones de La Paz Airapí, Todos
Santos, Santiago de Los Coras Añiñí y la de San José del Cabo Añuití. Con la
llegada a estos nuevos territorios, en la región más austral de la California,
iniciaron con el proceso de aculturación del grupo étnico que lo habitaba: los
pericúes. Los sacerdotes se aproximaron paulatinamente a estos indígenas y los
convencieron de acercarse a sus Iglesias – Misiones a través de regalos como
pinole, pozole y regalos de objetos de colores brillantes y vistosos. Una vez
que tenían a su alcance un buen número de ellos, empezaban a catequizarlos y a
imponerles la monogamia (los pericúes era polígamos), también les pedían que se
mantuvieran alrededor de las Misiones, abandonando sus ancestrales hábitos
nómadas para búsqueda de alimentos.
Aunado
a las anteriores imposiciones los obligaban a renegar de sus prácticas de
idolatría así como a quemar todos los objetos que les habían sido entregados
por sus “guamas” o hechiceros, y a desobedecer cualquier indicación que les
dieran estos oscuros y poderosos personajes. Con el paso del tiempo los
soldados y colonos que llegaron a vivir en las Misiones empezaron a cometer
todo tipo de actos vandálicos con los pericúes: violaban a sus mujeres, vejaban
y humillaban a los hombres y los golpeaban y daban malos tratos e incluso los
asesinaban sin justificación alguna. Aunado a lo anterior los colonos abusivos raras
veces recibían algún tipo de castigo por parte de los sacerdotes.
Algo
que muy tarde descubrieron los Jesuitas fue que los pericúes era el grupo
indígena más rebelde y difícil de someter de todos los grupos que habitaban la
antigua California. Al empezarse a difundir las arbitrariedades cometidas
contra su gente, los líderes de estos grupos, azuzados por los “guamas”,
empezaron a tramar la forma en la cual vengar las ofensas recibidas y castigar
a los soldados y los sacerdotes, a los cuales consideraban como los causantes
de la destrucción de su antigua forma de vida y la decadencia de su pueblo. Es
aquí cuando entran en escena los dos cabecillas y autores de la rebelión más
grande que ocurrió en el sur de la península: Chicori y Botón.
Botón
era el jefe de la ranchería que se encontraba en el lugar al cual los
misioneros denominaron Santiago. Con el establecimiento de la Misión en aquel
sitio y ante la necesidad de controlar a los indígenas que ahí se iban agrupando,
los sacerdotes nombraron a este jefe como “gobernador” y le dieron cierta
autoridad y autonomía en sus funciones. Sin embargo por alguna desavenencia que
tuvo con el sacerdote Lorenzo Carranco, el cual en ese año se encontraba al
frente de la Misión, fue reconvenido públicamente y se le quitó el puesto que
hasta ese momento había tenido. Ante esta situación, la cual Botón consideró
humillante e injusta, decidió viajar hasta la región de Yenecamú (hoy Cabo san
Lucas) en busca de un mulato que vivía en ese sitio y que era apreciado y
reconocido por las bandas y ranchería que habitaban ese sitio. Ambos planearon
vengarse de los sacerdotes que habitaban en las misiones y asesinarlos junto
con los soldados que los protegían, asegurando con ello el regreso a sus
antiguas costumbres.
La
rebelión empezó en la Misión de Todos Santos en donde un grupo de indígenas
rebeldes asesinaron al soldado que se encontraba custodiándola. De ahí se
trasladaron a este puerto de La Paz (conocido como Airapí) en donde el soldado que
ahí habitaba, cuidando al misionero del lugar, corrió la misma suerte que su
compañero. Mientras tanto en la misión de Santiago de Los Coras Añiñí, el
sacerdote Lorenzo José Carranco había observado una gran inquietud entre los pericúes
de la misión, por lo que envió a uno de los indígenas que había catequizado y
que le era leal, a que los espiara para conocer sus aviesas intenciones. Su
espía regresó y confirmó sus sospechas: los indígenas se estaban preparando
para ir a buscar al padre Nicolás Tamaral de la Misión de San José del Cabo Añuití
para asesinarlo. De inmediato envía a un grupo de indígenas leales a que pongan
sobre aviso al padre Tamaral y le pidan que se vaya a refugiar a su Misión de
Santiago. Cuando llegan con el sacerdote, éste amablemente les dice que no
desea abandonar su misión y que si tiene que sufrir el “sacrificio máximo por
llevar la Palabra de Dios a esta gente. Que así sea”.
El día
primero de octubre de 1734, un numeroso grupo de indígenas llega al poblado de
Santiago de Los Coras Añiñí y toma prisionero al sacerdote Lorenzo José
Carranco. Lo sacan a golpes de su cuarto en el interior de la Misión y lo
asesina de forma cruel: atravesándolo con flechas y lanzándole piedras. También
asesinan a un indígena que era fiel al sacerdote y a los dos soldados que lo
custodiaban. Finalmente arrojan los cuerpos a una hoguera junto con diversos
objetos litúrgicos extraídos de la iglesia. Dos días después esta banda de
indígenas llega a la Misión de San José del Cabo Añuití, en donde sorprenden al
sacerdote Javier Nicolás Tamaral y corre la misma suerte que su hermano de
cofradía. Es importante mencionar que sólo murieron estos 2 sacerdotes y 4
soldados, sin embargo el número de indígenas que fueron asesinados por haberse
convertido a la religión de los extranjeros fue de 27.
Al poco
tiempo, avisado por los sacerdotes jesuitas restantes, arribó a estas tierras
el Gobernador de Sinaloa, Manuel Bernardo Huidobro, acompañado de una gran
cantidad de soldados y 60 indios de la tribu yaqui, los cuales tardaron 3 años
en sofocar este alzamiento. En los años subsecuentes y debido a la llegada de
más colonos y soldados al sur de la California, los vejaciones y crímenes
contra este grupo indígena de los pericúes se incrementó al tiempo que hubo una
gran cantidad de epidemias de sífilis y viruela, contagiada por estos
extranjeros. Lo anterior devino en el exterminio total de este grupo étnico
hacia la segunda mitad del siglo XVIII.
Bibliografía:
Historia
de la Antigua o Baja California por Francisco Javier Clavijero.
Historia
natural y crónica de la antigua California por Miguel del Barco.
La
rebelión de los californios 1734-1737 de Segismundo Tavaral S.J.
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