Autor: Sealtiel Enciso Pérez
En las andanzas que tuvo el sacerdote jesuita Juan Jacobo Baegert en su misión de San Luis Gonzaga Chiriyaqui tuvo la oportunidad de conocer muy de cerca y estudiar a una gran cantidad de insectos y animales que conformaban la fauna de la California que le tocó ver. Durante los 17 años que vivió entre los Guaycuras pudo ser testigo de la forma de vida de estos animales lo cual dejó plasmado en sendos escritos los cuales han sido compendiados en el libro “NOTICIAS DE LA PENINSULA AMERICANA DE CALIFORNIA”. A continuación reproduzco parte de esta información que nos legó:
“Sapos hay durante todo el año y puede uno estar seguro de su visita a casa, en cualquier día. Con más frecuencia se les ve en el verano y durante la temporada de aguas. Cierta mañana, después de que había llovido la víspera, había cinco de ellos, brincando alegremente en mi recámara, mientras me levantaba, y esto, a los tres meses de haberme instalado en mi nueva casa, cuya entrada había mandado construir, a propósito, con cinco escalones altos para quedar más a salvo de la visita de estas y otras sabandijas parecidas.
Los murciélagos tienen en California, entrada libre a todas partes, porque hay que dejar abiertas las puertas y ventanas hasta la hora de acostarse, debido al fuerte calor. En las iglesias y casas, (cuando están techadas con zacate, como la mayoría), se juntan a centenares si la misión está situada cerca de la sierra. Cierta vez, se encontró que en el hábito viejo de un misionero se habían acomodado 25 libras de estos animalitos.
Entre las muchas avispas hay algunas que parecen de fierro pavonado; otras son de color amarillo oro; amarillo azufre o medio negro, otras, y, en fin, entre ellas, las más grandes y casi del grueso de un dedo, son negruzcas con alas de color rojo encendido, como suele pintarse al diablo. Cada especie construye su casa de distinta manera, casi siempre de lodo, con el que ensucian el interior de iglesias y casas, lo mismo que baúles y cajas, con sólo que encuentren el modo de meterse. Todas las avispas son enemigas juradas de las uvas, y si no se toman grandes precauciones, con sus consiguientes molestias, ponen fin a la vendimia antes del otoño y no dejan en la viña más que las raspas con los pellejos vacíos y colgados, como el ladrón en la horca. Entre ellas hay una variedad cuya picadura produce un dolor sin par: es como si se le diera a uno, a toda fuerza, una estocada con una aguja incandescente.
También las hormigas, que pululan por todas partes, fastidian a uno en ciertas épocas del año, llenando la casa y no dejando sin tocar ningún alimento. De ellas hay grandes y chicas, negras y rojas, aladas y peatonas, zanquilargas y zanquicortas. A veces atacan a uno, mientras se está durmiendo tranquilamente y no se las quita uno ni en 8 días, a pesar de una matanza interminable, si no es que se cambia de posada y se tiende la cama en otra parte. Pero este entretenimiento me dio oportunidad de estudiar su previsión y su laboriosidad que ensalza la Sagrada Escritura, así como no menos, su amor verdaderamente fraternal, al observar que, cuando una docena de ellas no podía con una larga espina de pescado, otra docena acudía presurosa en auxilio de las cansadas y menesterosas.
Finalmente, California se ve frecuentemente castigada por la plaga de la langosta. Estos animales son de color cobrizo y de tamaño muy grande, pero se vuelven amarillas cuando se acercan a su fin. Siempre vienen de la extrema parte sur de la península, (donde parece que tienen una cría eterna) ; de allí levantan su vuelo hacia el norte. Inundan los terrenos y el ruido que producen, al pasar volando, es parecido a un viento fuerte; oscurecen el sol, y de la poca verdura que encuentran, dejan aun más poco detrás de sí. Cuando la cría tierna que los adultos dejan atrás, empieza a caminar, marchan como un ejército y nada es capaz de desviarlos de su rumbo, de modo que corren o suben derechamente sobre iglesias y casas si las encuentran en su camino, y a través de puertas y ventanas que les dejan un hueco, por allí se meten por millares. ¡Cuantas fanegas de trigo y de maíz se hubieran levantado más, si no existiera esta plaga de la langosta! El P. lgnatius Tirs, de Commotau en Bohemia, quien ha compuesto bonitos versos sobre este tema, podría escribir todo un libro sobre los destrozos y daños que causaron en su misión de Santiago y San José del Cabo, así como de los sobresaltos y alarmas que casi todos los años le produjeron”.
Bibliografía:
NOTICIAS DE LA PENINSULA AMERICANA DE CALIFORNIA - Juan Jacobo Baegert
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