Autor: Sealtiel Enciso Pérez
Nuestra California está llena de grandes historias. Muchos de los colonos que llegaron a estas tierras buscando riquezas y hacerse de un nombre de prestigio, sucumbieron en su intento, dejando su vida entre las aguas de nuestros mares bravíos o resecando sus huesos en el infernal desierto. Pero también hubo algunos que en base a esfuerzo y sobre todo a saber tomar las oportunidades, muy raras por cierto, que nuestra tierra y mares les ponía enfrente, lograron triunfar y dejar sus nombres inscritos para la posteridad. Tal es el caso de este español Manuel de Ocio.
Corría el año de 1734, ya hacía 33 años que se había instaurado el primer asentamiento permanente en estas tierras de California, el puerto de Loreto Conchó. A estas tierras llegó, desde la lejana Andalucía, España, un hombre joven y tenaz el cual venía contratado como soldado para cuidar de las Misiones y los misioneros que habitaban en los pocos enclaves que hasta esa fecha se habían fundado en California. El primer punto al cual fue destinado es al puerto de Loreto, donde tras 6 años de trabajo monótono y constante, es trasladado a servir a la lejana Misión norteña de San Ignacio Kadakaaman. De ocio tenía conocimiento, al igual que casi todos los colonos que llegaban a estas tierras, que en los mares que circundaban a la California existían grandes bancos de madreperla, a los cuales se les denominaba placeres. Lamentablemente los jesuitas habían impuesto una prohibición para extraer estas riquezas ya que consideraban que si se permitía, los colonos iban a explotar a los indígenas como “mulas” para extraer estas riquezas y que eso traería enfermedades y abusos sobre estos grupos de pobladores. Aunado a lo anterior los Jesuitas veían en estas actividades de pesca de perlas la entrada de los pecados que más aborrecían y que darían al traste con las enseñanzas que trataban de inculcar en estas tierras. Aparecería la codicia, el robo, el asesinato, la mentira, la lujuria, etc. y no estaban dispuestos a arriesgar lo mucho que habían logrado en estas 3 décadas de estancia en estas tierras en donde obtener cualquier cosa se hacía a costa de mucho esfuerzo e incluso sangre.
Durante el año de 1740 ocurrió un gran temporal el cual ocasionó que la marejada arrojara a las costas cercanas a la Misión de San Ignacio una cantidad inmensa de madreperlas. Los indígenas que vivían en la misión ya se habían percatado que los soldados gustaban de este tipo de objetos, las perlas, y que constantemente, a escondidas de los sacerdotes, los motivaban para que las pescaras y se las entregaran a cambio de recibir más y mejores alimentos o por favores para reducir sus jornadas de trabajo. Es así como de inmediato un grupo de indios cochimíes recogen varias de estas madreperlas y se las muestran a los soldados, entre ellos a Manuel de Ocio, el cual apresuradamente parte a visitar los lugares donde encontraron estos moluscos. Nuestro personaje analiza las posibilidades que tenía de hacer una buena fortuna y sin dudarlo viaja a Loreto y se da de baja como soldado de Presidio. Se embarca hacia el puerto de Matanchel en busca de canoas y mercancías y también va hacia Guadalajara para contratar a personas que le ayuden con la extracción.
Ya de regreso a la península se dedica durante los siguientes 3 años a la explotación permanente de los placeres perleros. Era tal la abundancia de este molusco, el cual hasta ese momento jamás había sido explotado con el propósito de extraerle la perla, sino sólo como alimento ocasional de los nativos del lugar, que en el año de 1743 obtuvo una ganancia desconocida hasta esas épocas. El ignaciano Miguel del Barco la describió de la siguiente manera: “le fue tan bien que sacó de él, y llevó a Guadalajara, hasta cinco arrobas de perla: cosa que causó grande admiración en aquella ciudad”. Si calculamos que cada arroba pesa 11.5 kilogramos, entonces estamos hablando de que logró obtener 57.5 kilogramos de perlas.
Se dice que Manuel de Ocio llegó a ser considerado el hombre más rico del Noroeste Novohispano y que llegó a contar en aquellos años con una pequeña flota constituida por una lancha, tres canoas y una buena cantidad de buzos que le ayudaban a la extracción de perlas. Durante los años de abundancia que tuvo, al ser en ocasiones el único y en otras el principal extractor de perlas de aquel sitio, pudo consolidar una gran fortuna. Existen registros en los libros de hacienda de Loreto y Guadalajara en donde se consigna que nada más por impuestos sobre la actividad que desarrollaba llegó a pagar en un año hasta 12 mil pesos. Era tanta la abundancia de perlas que buscando congraciarse con la corona española mandó elaborar un hermoso collar con las mejores perlas que había extraído y él mismo lo llevó a regalar a la reina de España.
Ya para el año de 1747, los placeres estaban muy agotados, productos de la sobre explotación, y las ganancias empezaron a decrecer. Con el buen ojo para los negocios que caracterizaba a Manuel de Ocio, éste decide vender sus naves y herramientas y cambiar a otras actividades que le representaran más ganancias y que le permitieran seguir acrecentando su ya gran fortuna. Pero eso ya será motivo de otro reportaje.
Grandes hombres hacen a un gran estado. Manuel de Ocio puso su parte en los cimientos del desarrollo de la economía de la california del siglo XVIII.
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