Autor: Sealtiel Enciso Pérez
El Sacerdote Miguel de Braco fue un profundo investigador de los animales, plantas y en general de la geografía de la California recién descubierta. Durante treinta años que duró su estancia en estas tierras pudo apreciar de primera mano todas estas bellezas naturales las cuales eran desconocidas en España y en la Nueva España. Lo cual dejó documentado en una gran cantidad de escritos que legó para la posteridad.
Entre los animales que más le llamaron la atención, durante su estancia en la California fueron los que conoció con el nombre de “Tayé” y “Ammo-gokio”. Los primeros de ellos eran unos animales a los cuales halló parecido a los terneros, sin embargo de cabeza parecida a los venados y con astas. Observó que estas astas eran gruesas y retorcidas lo que le daba una apariencia de un casco. Cuando tuvo oportunidad de analizar a estos animales, después de ser cazados por los indígenas, encontró que tenían la pezuña parecida a los bueyes, un pelaje semejante al del venado, cola corta y la carne de un agradable sabor y abundante. Seguramente Del Barco tuvo oportunidad de acompañar a los indígenas en sus cacerías y pudo percatarse que estos “tayé” son animales que viven en los cerros y regiones montañosas poco accesibles a los seres humanos. Había ocasiones en que los indígenas los atrapaban orillándolos hacia despeñaderos y que al verse acosados estos animales brincaban al vacío y caían “de cabeza” la cual era tan resistente que no se hacían daño y podían proseguir con su escape de los cazadores. En la actualidad a través de los estudios de los restos de estos animales y su descripción se ha concluido que son los famosos borregos cimarrones o borregos salvajes.
Los conocidos como “Ammo-gokio”, los describe el ignaciano como animales muy semejantes a las cabras. Son de colores blanco y negro, y por lo general son muy gregarios ya que andan en manadas por los montes. Estos animales se han identificado con los llamados berrendos.
También en sus escritos menciona que abundaban mucho los venados, conejos y liebres. Menciona que pudo observar unas especies de perros monteses semejantes a las zorras. Estos animalitos son muy dañinos para las misiones ya que si encuentran una gallina que no está bien resguardada se la comen, así mismo hacen con los cabritos o potrillos recién nacidos que no han sido puestos a buen recaudo en sus corrales.
Otro de los animales que describe con mucha abundancia de datos son los famosos zorrillos. Los describe como unos animalillos peludos de color negro con listas blancas en el lomo y los costados. Cuando se asustan levantan la cola y arrojan un hedor tan pestilente que es capaz de asustar a cualquier animal o persona que se atreva a importunarlo. Los cochimíes lo llamaban “Yijú”. Menciona que son muy peligrosos para los gallineros ya que son capaces de entrar por cualquier rendija pequeña y ya dentro hacen una carnicería con las gallinas a las cuales degüellan sólo para beber su sangre y comer un poco de su carne. También les gustan mucho los huevos de estos animales los cuales consumen en gran cantidad. Se han dado casos en los que se ocultan en pequeños huecos dentro de los gallineros y durante días van matando gallinas hasta que son descubiertos o se van del lugar por donde vinieron.
El sacerdote Miguel del Barco llegó a presenciar cómo uno de estos animalitos era acosado por un perro el cual al parecer estaba deseoso de matarlo. Cuando el zorrillo se vio en peligro de muerte dio la vuelta a su cuerpo, alzó la cola y le lanzó su arma infernal la cual dejó al perro atontado y una vez que se hubo repuesto un poco salió huyendo del zorrillo, lanzando lastimeros aullidos y sacudiendo la cabeza. Es común que cuando se introducen en las casas los indios tratan de matarlos con flechas y buscan ser lo más certeros posibles ya que de sólo herirlos, los zorrillos se ponen a la defensiva y empiezan a lanzar su pestilente arma con lo que dejan la habitación completamente inhabitable por semanas e incluso meses mientras el olor se disipa. El sacerdote Del Barco pudo darse cuenta de primera mano de los efectos que produce el arma pestilente de los zorrillos ya que uno de ellos dejó impregnada la puerta de su cuarto, hedor que sólo se le quitó pasados varios meses. También en una ocasión un zorrillo impregnó un utensilio de cocina y hubo que darle varias lavadas y fregadas con diferentes materiales de limpieza para que se pudiera ir el hedor tan penetrante.
El Sacerdote Miguel del Barco, tan quisquilloso y observador que era llegó a una conclusión sobre el origen del arma pestilente del zorrillo: “Comúnmente se cree que este fetor proviene de la orina de este animalito. A mí me parece que no nace sino de un flato que despide, de un aire espesísimo, el cual difundiéndose y mezclándose con el aire común que respiramos, no sólo le comunica su fetor sino que se experimenta que, dentro de la circunferencia de algunos pasos, verbi gratia seis o más hacia todos lados en distancia de su origen, todo el aire se espesa y se engruesa, de suerte que aun por sólo este título parece que dificulta la respiración y casi se puede palpar. Esto parece ser más natural que provenga de que toda aquella sustancia, que causa el fetor, se esparce y mezcla con el aire común”. Como podemos darnos cuenta para este ignaciano, el arma biológica del zorrillo se puede reducir a una guerra de flatulencias.
Bibliografía:
“Historia natural y crónica de la antigua California” – Miguel del Barco
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