Autor: Sealtiel
Enciso Pérez
La historia escrita
de los sucesos en la Antigua California es una fuente de consulta a la que
podemos tener acceso a través de los documentos resguardados en el Archivo
Histórico de Baja California Sur “Pablo L. Martínez”. En el caso que hoy nos
ocupa afortunadamente se han preservado las declaraciones y procedimientos
legales que dan cuenta de las aristas de este suceso y del desenlace del mismo.
El suceso que vamos
a mencionar ocurrió en la Misión de San Vicente Ferrer (actualmente en el estado
de Baja California) durante el año de 1810. En esa época las misiones de la
península de Baja California languidecían por el abandono en que se encontraban
por parte de la corona Española y su representante en la Nueva España. La
población nativa había decrecido hasta el punto de desaparecer en la mitad sur
de la península y, en el norte, los grupos indígenas se resistían tenazmente a
vivir en centros misionales o tener que servir a los sacerdotes en las
misiones. La península se encontraba dividida en la Alta y Baja California y,
además para finales del siglo XVIII se había formado en los límites entre estas
dos demarcaciones una Comandancia Militar de las Fronteras con cabecera en la
misión de San Vicente Ferrer. El veterano militar José Manuel Ruiz Ibáñez,
teniente de caballería, había sido designado como Comandante de este Departamento
por lo que a él le correspondía resolver cualquier situación extraordinaria que
ocurriera, como lo fue en este caso.
Aproximadamente
entre las 4 y 5 de la tarde del 25 de junio de 1810 dos mujeres “gentiles” (no
bautizadas) acudieron a la presencia del Teniente Ruiz para notificarle que
habían encontrado en San Jacinto, el cuerpo de un joven “tirado en un
portezuelo”. Las mujeres procedieron a ver lo que le pasaba y se percataron que
estaba muerto por lo que de inmediato acudieron a dar parte a la autoridad. El
Comandante José Manuel ordena al sargento Juan Ibáñez que se haga acompañar de
los soldados Juan Pedro Caspio y Diego Camacho y se traslade al sitio que
comentan las mujeres a efecto de verificar la veracidad del suceso y en caso de
ser afirmativo, que realice las diligencias para trasladar el cuerpo hacia la
misión. El sargento Ibáñez cumple lo ordenado y al llegar al lugar encuentran
el cuerpo de un joven de aproximadamente unos 15 años, el cual en vida
respondía al nombre de Ildefonso López y era habitante de la Misión de San
Vicente (Californio bautizado). Al hacer una inspección superficial del cuerpo
encuentran golpes en la cara y espalda (al parecer propinados con una reata) y
en el pecho un “aplastamiento” tal vez producido por la pezuña de un caballo.
Al difunto no se le encontraron más pertenencias que el taparrabo que traía
puesto. Finalmente el sargento Ibáñez trasladó el cuerpo de Ildefonso López a
la misión en donde el sacerdote le dio sepultura.
Conforme fueron
avanzando las pesquisas sobre el caso se encontró a un testigo presencial, un Californio
gentil vecino de la Misión de nombre Diego Almud y por señas particulares
carecía de un ojo (tuerto). En el mes de septiembre se procedió a tomarle
declaración a Almud y para ello se le pidió a otro de los habitantes de la
misión, Pedro Benito Barrera, que fungiera como intérprete, lo anterior debido
a que Almud declaró no saber hablar español. En su declaración Diego Almud
aseguró que el difunto Ildefonso López, había hurtado un caballo perteneciente
a los guardias del presidio y que había huido con él con rumbo a “una ranchería
de gentiles que estaba arriba del arroyo de los alisos”. También comentó que él
salió ese día de la Misión de San Vicente con el mismo rumbo que el californio
muerto. Al llegar a la ranchería observó que el soldado José María Salgado
perseguía a Ildefonso y que al atraparlo procedió a amarrarlo con una reata que
traía para tal efecto. Una vez que lo inmovilizó procedió Salgado a
interrogarlo sobre el paradero del caballo y como Ildefonso no quería confesar
lo jaló de los cabellos y lo golpeó varias veces en el rostro con la reata. Al
final confesó que el caballo estaba escondido a un lado de la ranchería. Sin
describir el motivo, Almud comentó que el soldado Salgado le quitó su arco y se
lo quebró en la cabeza para posteriormente proceder a amarrarlo con la misma
cuerda que sujetó a Ildefonso y finalmente procedió a llevarlos maniatados de
regreso a la Misión.
En esta interesante
declaración, Diego Almud menciona que durante todo el camino el soldado Salgado
los golpeó en la espalda con la reata y que al exigirle que dejara de hacerlo
porque lo acusaría con el Teniente o con el padre, el militar le gritó: “¡más
que te quejes no me han de hacer nada, yo soy maldito!”. En reiteradas
ocasiones Ildefonso se tiró al suelo, quizás por las molestias que sentía por
la cuerda que traía amarrada al cuello, fue en ese momento que el soldado
Salgado decide liberarlo y de forma intempestiva el prisionero aprovecha para
huir a toda prisa. El soldado sube a su caballo y va en su persecución, hasta
que lo alcanza y empieza a golpearlo con su reata y fue en ese momento que el
caballo pasa por encima del joven Ildefonso, pisándole el pecho. Almud finaliza
esta parte de su declaración asegurando que: “luego (Ildefonso) empezó a echar
sangre por la boca y las narices que parecía ya se estaba muriendo”. El Soldado
Salgado dejó abandonado a Ildefonso y condujo a Almud a la Misión de San
Vicente “con azotes y patadas”. Al preguntarle porqué consideraba él que el
soldado Salgado lo había apresado dijo que “nada ha hecho”.
Posteriormente, el
24 de septiembre, se procedió a tomar declaración al soldado José María Salado,
acusado del delito de asesinato. Algunos datos que se rescataron de este
documento fueron los antecedentes personales del joven: “José María Salgado,
hijo de José María, cabo retirado de esta compañía y de María Concepción Morillo.
Natural de este presidio de Loreto, dependiente del gobierno de la Baja
California y avecindados en el expresado presidio. Su oficio, campista; su
estatura, cinco pies cuatro líneas; su edad, diecisiete años; su religión,
Católico Apostólico Romano; sus señales estas: pelo negro, ojos pardos, ceja
negra, cara larga, algo abultada, nariz ancha y larga, color trigueño. Sentó
plaza voluntariamente por diez años en la compañía del real presidio de Loreto
el día 1o de agosto de 1806”.
En su declaración, Salgado
dijo que habiendo dejado amarrados dos caballos, detrás del sitio donde hacen
su guardia los soldados, al ir a revisarlos se dio cuenta que faltaba uno de
ellos. Escudriñó con detalle el sitio y encontró que al caballo lo habían
hurtado, por lo que de inmediato fue a dar parte al Cabo de Guardia y le
solicitó su autorización para buscar el caballo. El cabo no sólo le dio esa
autorización sino que le ordenó que si lograba capturar a los Californios que
habían cometido el robo los trajera a la misión. El soldado Salgado empezó a
seguir el rastro del caballo el cual lo llevó a una ranchería. Al llegar todos
los que ahí se encontraban emprendieron la huida sin embargo él reparó en un
bulto que estaba tapado, al ordenar que se descubriera, se percató que era un
cristiano de la misión de nombre Ildefonso López. Le hizo una inspección
superficial y encontró que estaba sudado “de la entrepierna” (por haber
cabalgado sin utilizar una silla o tela) y con muchos pelos de caballo”. De
inmediato procedió a amarrarlo “con piedad” según su dicho. Mientras estaba en
esta ocupación se acercó otro Californio al cual reconoció como Diego Almud,
concluyó que él había sido el cómplice de López por lo que le ordenó que dejara
su armas, sin embargo Almud opuso cierta resistencia por lo que Salgado le
propinó varios golpes en la cabeza con su propio arco hasta rompérselo lo que
terminó en el sometimiento del Californio y su aprisionamiento. Salgado
procedió a rescatar al caballo que le habían hurtado y emprendió el camino de
regreso llevando a los supuestos ladrones amarrados y caminando.
Según lo declarado
por el soldado Salgado conforme iban avanzando los dos cautivos empezaron a
“echarse la culpa uno a otro de quién había robado el caballo”. Según este
soldado “ambos hablaban castilla y por eso los pude entender”, pero de acuerdo
a lo que se sabe, Diego Almud, no hablaba ni comprendía el español motivo por
el cual se le tuvo que designar a un intérprete. Fue durante este intervalo que
Ildefonso se dejó caer al suelo en dos ocasiones y como Salgado sospechaba que
fuera un distractor, le dio varios golpes con la reata para obligarlo a
levantarse. Lo golpeó en la espalda y en la cara, lo que hizo que Ildefonso le
agarrara la reata para que no pudiera seguir golpeándolo, ante esto salado le
da un golpe en la cara y el californio “se dejó caer en las manos del caballo y
como el caballo era muy brioso no lo pude detener, pasó por encima de él y lo
pisó”. En ese momento se percata que Ildefonso “echaba alguna sangre por las narices”
pero desconfiando de él, el soldado le pega varios golpes con la reata lo que
hace que se levante y procede a amarrarle las manos por la espalda. Conforme
siguieron caminando Ildefonso “se dejó caer de cabeza otra vez, le tiré otro
azote desde el caballo a que se levantara, no quiso levantarse, me apeé yo del
caballo y lo alevanté, luego que lo solté se dejó caer otra vez, le dije que si
quería subir en el mismo caballo en que se había ido que lo subiría, entonces
ya se sentó, arrimé el caballo para subirlo, le mandé que se parara, no se
paró, lo volví yo a levantar, y en cuanto lo subí, se volvió a dejar caer. Yo
tenía ya muncha [sic] sed, el sol [estaba] muy caliente, ya determiné el
dejarlo, le quité las ataduras y me vine a la misión solo con el gentil tuerto
y llegué a la misión, se lo entregué al cabo de guardia y le di parte de lo
sucedido”.
La declaración de
José María Salado Morillo (Murillo) finaliza diciendo que cuando él dejó a
Ildefonso López estaba vivo. Resalta una pregunta muy interesante que aparece
en el acta de declaración del soldado: “Preguntado: ¿les tiene vuestra merced
odio a los indios? Respondió: que no, que siempre les ha visto con amor y
caridad”.
Es importante
constatar que este juicio se llevó a cabo de una manera formal y profesional
siguiendo las normas dictadas en esa época. José Manuel Ruiz le reconoció a
Salgado el derecho de nombrar un abogado entre la gente de su confianza siendo Juan
Ignacio Seceña (así aparece escrito en los documentos) sexto cabo de la
compañía, el designado para tal fin. Aunado a lo anterior se realizó una sesión
de careo entre el acusado y el único testigo, en donde ambos ratificaron su
dicho. Es interesante el referenciar que entre los documentos de este caso se
encuentra un escrito que entregó el soldado acusado en el cual se da cuenta que
el día en que ocurrieron los hechos, este militar acudió como a eso de las 5 de
la tarde “a tomar lo sagrado” (tal vez sea la confesión) en la iglesia del
sitio. Este documento fue extendido por el “Reverendo Padre Fray José Duro,
religioso dominico y actual ministro de esta misión de San Vicente”. Es también
digno de mencionar que el 27 de septiembre de dicho año, el cabo Ignacio Manuel
Seseña se presentó ante el teniente Ruiz y renunció al encargo de abogado con
el que Salgado lo había electo.
Finalmente el caso
se resolvió el día 28 de septiembre, dejando constancia del veredicto el cual
transcribo a continuación: “Vistas las declaraciones, cargos y confrontaciones
contra José María Salgado, soldado de la compañía del presidio de Loreto,
acusado de haber atropellado por casualidad a un indio de esta
misión llamado Ildefonso López, de cuyas resultas se le originó la muerte.
Aunque está convencido de esta casualidad, no contemplo se le deba aplicar y
sentenciar la pena que merecen a los que de intento cometen este crimen, como
su majestad manda en sus reales ordenanzas y concluyo por el Rey a que se pase
a continuar sus servicios al presidio de San Diego por el tiempo que le falte
de cumplir”. Con lo anterior quedó en libertad el inculpado y simplemente se
dispuso que se cambiara a otra Misión.
En la actualidad
podemos analizar este caso desde otra óptica y quizá a la conclusión que
lleguemos sea muy diferente de la concluida por el Teniente Ruiz Ibáñez, sin
embargo hay que considerar que en esa época el “valor” que se daba a la
declaración de un mestizo estaba por encima de la de un natural de las
Californias. También es importante mencionar que en esos años los soldados eran
los encargados de ejercer los castigos a que se “hicieran acreedores” los
Californios por delitos cometidos, muchos de ellos eran penas corporales como
azotes y mantenerlos en el “cepo” hasta que se considerara que habían expiado
su falta. Lo anterior originaba que muchos de los soldados se sintieran con el
derecho de ejercer la violencia física y verbal contra los Californios y que
hubiera cierta tolerancia de parte de sus autoridades.
Estos relatos aún
vagan por entre las cajas del Archivo Histórico “Pablo L. Martínez” esperando
que algún investigador acucioso dé cuenta de ellos y nos traiga al presente
para que partiendo de ellos podamos tener una idea más clara de nuestro pasado
y obtener nuestras propias conclusiones
Bibliografía:
Proceso José María
Salgado, Loreto, 25 de junio de 1810 - Archivo Histórico de Baja California Sur
“Pablo L. Martínez”. Acervo documental del Instituto de Investigaciones
Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California, doc. 207, inv. 4.19,
folios 697-718. Transcripción del documento por Melissa Rivera Martínez y Luis
Eduardo Gomara Chávez.
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