Autor: Sealtiel Enciso Pérez
Cada vez que escudriñamos los textos jesuitas nos sorprende
encontrar datos de hazañas logradas de forma casi milagrosa. Las tierras Californianas
durante muchísimos años fueron la frontera más septentrional de la Nueva España
y por lo mismo las más aisladas. Sus habitantes tuvieron que echar mano de su
ingenio para adaptar la tecnología europea y construir edificaciones y
maquinaria pero con variantes surgidas de la austeridad en que se vivía y de la
mente ágil y versátil de los sacerdotes jesuitas y sus ayudantes, los
Californios.
Como ya se ha escrito en diferentes textos, el
aprovisionamiento de los escasos asentamientos humanos coloniales que había en
la península, por lo general alrededor de las Misiones Jesuitas, se daba a
través de las rutas de los navíos adquiridos por los sacerdotes para que
hicieran los viajes entre poblados como Matanchel, San Blas y otros puntos de
las costas de Sonora, y que una vez cargados de alimentos, herramientas y demás
implementos necesarios, los trasladaban hacia el puerto de Loreto, en donde
eran guardados en un almacén y posteriormente distribuidos entre las misiones.
Como es de suponerse, cuando los barcos se encontraban averiados o había mal
tiempo, la navegación se interrumpía y podían pasar varios meses antes de que
se lograra restablecer. Lo anterior ocasionaba graves trastornos a la vida de
los poblados Californianos ya que la gente pasaba grandes hambrunas y penurias.
Fue en una de esas ocasiones, en que uno de los barcos con
los que se contaba para realizar los viajes de transporte de alimentos y
enceres necesarios para las misiones californianas se destruyó y no se contaba con
recursos para adquirir otro, que un sacerdote creativo, instruido y fuerte que
había llegado a las Misiones Californianas, decide emprender la titánica y
descabellada empresa de construir un barco totalmente manufacturado y con
maderas de esta tierra peninsular. Me refiero al sacerdote jesuita Juan de
Ugarte.
En su obra póstuma, “Historia de la antigua o Baja California”,
el sacerdote Francisco Javier Clavijero menciona que el propósito que animó a
Ugarte para realizar la construcción de esta balandra fue doble. Por un lado
deseaba tener un navío que le permitiera viajar por mar a todos los puntos de
las costas de la California y Sonora en donde hubiera grupos de gentiles y
poder predicar la “palabra de Dios” y con ello alentar su evangelización.
Además de lo anterior deseaba cumplir con uno de los encargos que
constantemente realizaban los virreyes de la Nueva España que era el escudriñar
las costas del pacífico Californiano en la búsqueda de un puerto donde pudiera
atracar el Galeón de Manila y ofrecerles alimento, agua y descanso a los
cansados viajeros que regresaban de su largo viaje por aquellas tierras.
También en su libro “Historia natural y crónica de la antigua California”, el
sacerdote Miguel del Barco hace una breve referencia a la construcción de esta
embarcación, elogiando la entereza y fuerza del sacerdote Ugarte en donde acota
que “en cualquiera cosa que ponía la mano hacía más que cuatro hombres juntos
pudieran”.
Debido a diversas experiencias que habían tenido los jesuitas
con los constructores de naves en Nueva Galicia y Matanchel, desconfiaban de
ellos (los llamaban “arteros bellacos”), por lo que Ugarte decide contratar un
Maestro Constructor y varios “oficiales” (amanuenses hábiles que trabajaban
bajo la dirección de un Maestro principal) a los cuales trajo probablemente de
Matanchel o San Blas. Debido a la aridez de estas tierras y al tipo de
vegetación de matorrales y arbustos, se consideró que no había madera
pertinente para extraer tablones que sirvieran para fabricar el barco. Ese fue
el primer obstáculo a salvar puesto que el traer este tipo de madera de la
contracosta, además de representar un gran gasto, significaba decenas de
viajes. Pero como dijo el viejo refrán “Dios aprieta pero no ahorca”, la
solución le vino de parte de sus neófitos de la Misión de San Francisco Javier
Vigge Biaundó, los cuales le comentaron que a unas 100 leguas de su misión, al
Noroeste de Loreto, existían una sierra a la que los españoles llamaban “de
Guadalupe” y en la cual había profundas cañadas en las que crecían árboles
grandes y resistentes, de los cuales fácilmente podría extraer estas maderas.
Estos árboles eran conocidos como “guéribos” o “guáribos”.
De inmediato Ugarte, junto con el Maestro Constructor y un
grupo de neófitos se dirigieron hacia aquel sitio. Al llegar pudieron apreciar
al fondo de las barrancas una gran cantidad de estos árboles, sin embargo sería
una tarea casi imposible el trasladarlos hacia las costas donde se encontraba
la Misión de Mulegé, unas 30 leguas, que fue el punto seleccionado para la
construcción de un astillero improvisado. Sin embargo, cuando el Maestro
Constructor le manifestó descorazonado este grave inconveniente, el sacerdote
Juan de Ugarte le dijo “eso déjemelo a mí” y de inmediato puso manos a la obra.
Por espacio de cuatro meses, el sacerdote Ugarte permaneció en aquel sitio y
haciendo equipo con sus neófitos y con una gran cantidad de integrantes de
rancherías que existían cerca de aquel sitio, empezó a talar los árboles y
llevarlos cuesta arriba para extraerlos de aquel sitio. Fue grande el
cansancio, más de una vez el sacerdote tuvo que curar las heridas que se hacían
los neófitos al cumplir el pesado trabajo e incluso él mismo se hizo graves
heridas en sus manos, sin embargo su ánimo jamás desfalleció. Era el primero
que se presentaba a realizar las tareas del día, el que más trabajaba y el
último que se retiraba a descansar. Mientras los neófitos cortaban los guéribos
y les quitaban ramas y follaje, él dirigía a cuadrillas de neófitos para que
hicieran un camino por donde pudieran trasladarse los troncones jalados por
mulas y bueyes hacia la misión de Mulegé.
Es importante mencionar que la “clavazón” y demás partes
metálicas necesarias en este tipo de embarcaciones, fueron compradas en
Matanchel y transportadas hasta la California bajo la supervisión del Maestro
Constructor que había contratado el sacerdote Ugarte.
Los afanes que vivía diariamente el sacerdote Ugarte tanto en
la tala de los guéribos como en su traslado hacia la misión de Santa Rosalía de
Mulegé, serían una titánica tarea que dejaría exhausto a cualquier ser humano y
que le consumiría todo el tiempo de la jornada diaria, sin embargo nadie sabe
de dónde sacaba la fuerza y el tiempo para también dedicarse a la conversión de
los gentiles de las rancherías cercanas, de los cuales hizo una gran cantidad, los
cuales con el tiempo se trasladaron hacia las Misiones de San Ignacio
Kadakaaman y Santa Rosalía de Mulegé.
El sacerdote Ugarte era un hombre con un gran sentido de
previsión y un amplio conocedor de la índole humana por lo que sabiendo que los
constructores del barco, todos ellos venidos de otras partes de la Nueva
España, rápidamente se cansarían de vivir en estos sitios tan inhóspitos y
desertarían, decidió, además de pagarles rigurosamente el salario convenido, en
proveerlos de la mejor carne de res que pudiera tener en su misión de San
Francisco Javier y además de ello, diariamente les entregaba raciones prudentes
del buen vino que se producía en California, con lo cual logró mantenerlos
interesados en el trabajo hasta su conclusión.
Finalmente el 14 de septiembre de 1719, la balandra estuvo
concluida y fue botada al mar para pasar la prueba de fuego y ver si todos los
grandes afanes y cansancios que se habían tenido, había valido la pena. Y no
hubo decepción, la balandra flotó tal y como se esperaba y a partir de ese día
fue uno de los barcos que más utilidad proporcionó a las misiones jesuitas. El
sacerdote Miguel del Barco, describe lo siguiente de esta nave: “en opinión de
todos los inteligentes era el buque más bello, mas fuerte y más bien hecho de
cuantos hasta entonces se habían visto en el golfo de la California”. El nombre
que le fue impuesto por Juan de Ugarte en el momento de ser bendecida para que
tuviera una larga y útil vida fue “El Triunfo de la Santa Cruz”. En esta
Balandra se transportó Juan de Ugarte y Jaime Bravo cuando vinieron a buscar un
punto en la bahía de La Paz para fundar la Misión del lugar y fue en este mismo
bajel que hicieron su último viaje los jesuitas que en el año de 1768 fueron
expulsados de la California por orden del Rey de España.
Nada se sabe del fin que tuvo esta balandra, lo que sí se
puede decir es que por lo menos tuvo una vida útil de 50 años, lo cual se conoce
por las referencias en los escritos de los sacerdotes Jesuitas hasta el año de
1768.
Hermosas epopeyas se pueden rescatar de los escritos
misionales, tesoros que nos llenan de nostalgia y ensoñación, y que nos narran
la valentía, el arrojo y sobre todo la entereza que tuvieron aquellos hombres,
naturales de la California y colonos extranjeros, que sembraron son su sudor,
su sangre y su valentía estas tierras que hoy conforman nuestra entrañable
Sudcalifornia.
Bibliografía:
·
Historia natural y crónica de la
antigua california - Miguel del Barco
·
Historia de la antigua ó baja
california - Francisco Javier Clavijero
·
Noticias de la península americana
de california - Juan Jacobo Baegert
·
Noticia de la california y de su
conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente tomo 1-3 – Miguel Venegas
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