Autor:
Sealtiel Enciso Pérez
Vientos
del pasado llegan hacia nosotros y atraen con su suave brisa al famoso Galeón
de Manila o Nao de China. En la actualidad pocos son los que recuerdan la
poderosa influencia que produjeron los viajes, que por espacio de 250 años, se
realizaron entre las Islas de Filipinas y la Nueva España, y menos aún
rememoran que en la mayoría de ellos, el sitio de llegada, aunque sea de forma
accidental o temporal, fue la punta austral de la península de California.
Durante
el siglo XVI la búsqueda de una ruta rápida hacia las regiones del Oriente de
Europa, básicamente los países que conforman el continente Asiático, enfrentó
en una desesperada y ríspida carrera contra el tiempo a dos de las grandes
potencias marinas en ese entonces: España y Portugal. Después de que algunos
viajeros empezaron a llevar desde los confines de Oriente hasta los reinos
europeos una gran cantidad de alimentos, conocidos comúnmente como especias y
hierbas aromáticas (pimienta, pimentón, chile, cardamomo, clavo, macis, casia,
nuez moscada, canela, etc.) causaron un gran revuelo en las clases adineradas
las cuales vieron modificados sus hábitos alimenticios al incorporarles estos “condimentos”,
hasta ese tiempo desconocidos. Sin embargo el gran problema que había era que
estos productos sólo llegaban a través de caravanas que hacían largos viajes a
pie o en caballo y que duraban más de un año en concretarse. Además sólo podían
transportar una carga muy limitada de estos productos. En ese entonces las
rutas eran sumamente peligrosas ya que estaban infestadas de ladrones que
asaltaban las caravanas y robaban su preciada carga.
Fue
entonces que los reyes de España y Portugal se enfrascaron en una serie de
exploraciones buscando una vía más rápida para hacerse de estos productos y
obviamente obtener la supremacía en su comercio y en las pingues ganancias que
se obtenían. Quienes tomaron la delantera fueron los navegantes portugueses ya
que consiguieron llegar a los países asiáticos rodeando el continente africano
por el Cabo de Buena Esperanza y enfilar su rumbo hacia el océano índico y
finalmente llegar a las islas y tierras donde abundaban las especias. El reino
de Portugal estableció un férreo dominio sobre esta vía la cual defendió
incluso con acciones armadas. Fue por ello que España volvió sus ojos hacia los
mares de occidente con la firme idea de que si se viajaba lo suficiente hacia
el oeste, dado que el planeta tierra era esférico, se llegaría hacia las
codiciadas tierras de Oriente y su preciado tesoro de las especias.
Es
así como los marinos españoles y otros más que no eran nacidos en este país
pero que alquilaban su trabajo a este reino, empezaron a surcar los mares
buscando esta ruta. Si bien es cierto que a finales del siglo XVI (1592) el
navegante Cristobal Colón había descubierto algunas grandes islas en su ruta
hacia occidente (lo que posteriormente se aclararía que era América), no fue
sino hasta ya entrado el siglo XVII, en el año de 1519, que el Rey Carlos I de
España integra una flota con 5 naves capitaneada por Fernando de Magallanes con
el propósito de que llegara a las islas llamadas “Molucas” por los Portugueses,
y así definir una ruta de navegación que fuera propiedad del imperio español.
No olvidemos que en el año de 1494, los reinos de España y Portugal había
firmado un documento llamado Tratado de Tordesillas en donde se comprometían a
dividirse, el mundo conocido, y por conocer, a través de los viajes de ultramar,
en una línea imaginaria establecida a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo
Verde. Los Portugueses conservaban para sí las rutas al oriente a través del
Cabo de Buena Esperanza, y dejaban para los españoles todo un extenso espacio
de mar (o por lo menos así se creía) y lo que se encontrare hacia el occidente.
En
la extraordinaria expedición que realizó Magallanes, logró la gran hazaña de
rodear el vasto continente americano en su parte más austral, legando para la
posteridad el famoso Estrecho que lleva su apellido, y que le permitió ingresar
al Océano Pacífico (Magallanes fue quien le dio este nombre aunque ya había
sido “descubierto” por Vasco Núñez de Balboa en el año de 1513). Prosiguiendo
su ruta hacia el Noreste al final logra desembarcar en la isla denominada como
Cebú y decide bautizar a este conjunto de islas con el nombre de “Filipinas” en
honor al Rey Felipe II de España. Lamentablemente Magallanes muere en un
enfrentamiento contra los naturales del lugar y es su piloto, Juan Sebastián
Elcano, el que logra llevar a los pocos sobrevivientes de la expedición y a la
maltrecha nave capitana de regreso a España a donde llegan en el año de 1522.
Ya
con la seguridad de una ruta que ofreciera a España un pasaje hacia el
codiciado “oro de las especias” en oriente, se inician expediciones buscando
viajar desde las costas de la Nueva España, adquirir la preciada carga en las
Filipinas y volver sanos y salvos al punto de partida. A partir del año de 1522
se realizaron diversas expediciones hacia las islas de oriente entre las que
sobresalen las encabezadas por Ruy López de Villalobos (1541) y Miguel López de
Legazpi (1564). Lamentablemente ambas escuadras no pudieron contar con pilotos
expertos que pudieran encontrar una corriente marina que les ofreciera la
posibilidad de regresar hacia las costas americanas, aún con la carencia de
vientos adecuados. No hay que olvidar que en esa época los barcos dependían
para su movimiento de los vientos por lo que si encontraban una “calma” que
durara varios meses podría significar la muerte de todos los ocupantes del
navío debido al hambre y la sed.
No
fue sino hasta el año de 1565 que el marino y Frayle Andrés de Urdaneta logra
encontrar la corriente marina conocida como Kuroshio la cual impulsaba los
barcos hacia el noreste de las Filipinas, pasando cerca de Japón, para
posteriormente unirse a la Corriente del Pacífico Norte la cual empuja a los
barcos a partir del Cabo Mendocino para que desciendan hacia el sur del
continente bordeando las costas del pacífico de la Nueva España. A esta ruta se
le denominó “el tornaviaje” y fue la pieza que faltaba para armar el
rompecabezas de los viajes de América hacia las islas de Oriente.
A
partir del año de 1565 se inició un acelerado y exponencial comercio con todo
el Oriente puesto que los comerciantes o representantes de las casas
comerciales que estaban establecidas en las Filipinas tenían contacto con
comerciantes de todas las regiones del Asia por lo que era común ver en la
Bahía de Manila, capital de Filipinas, a cientos de barcos procedentes de casi
todas las regiones alrededor del archipiélago buscando el vender sus diversas
mercancías las cuales se extendieron desde las clásicas especias (pimienta,
clavo y canela) a la porcelana, marfil, laca y elaboradas telas (tafetanes,
sedas, terciopelo, raso), artesanía china, biombos japoneses, abanicos, espadas
japonesas, alfombras persas, jarrones de la dinastía Ming y un sinfín de
productos más. Fue así como se empezaron a habilitar barcos que pudieran
soportar las inclemencias de los largos viajes y los meses de estar bajo el sol
abrazador, que lograran soportar grandes cargas (hubo Galeones de Manila con
capacidad hasta de 2000 toneladas) y poder transportar a una gran cantidad de
pasajeros y tripulación (se dice que la Nao de China “La Santísima Trinidad”
pudo transportar hasta 1000 personas). Fue tanto el auge del comercio en estos
años que llegaron a enviarse 3 o más Naos cada año para ir y traer su preciada
carga.
Sin
embargo a pesar de que la ruta estaba asegurada en cuanto a que ya se conocía
la cartografía de la misma, no estaba exenta de graves peligros. Por un lado la
gran cantidad de tiempo que se invertía para ir hacia Filipinas (3 meses aproximadamente)
y regresar a la Nueva España, por lo general desembarcaban en Acapulco (6 meses
o más) provocaba que solamente aquellas personas con una gran resistencia al
hambre y las enfermedades (sobre todo al mal de Loanda o escorbuto) pudieran
sobrevivir. La mortandad era grande ya que aproximadamente sólo el 20% de los
que viajaban en el barco lograban retornar. Además de lo anterior en muchas
ocasiones las naos zozobraban debido a las malas condiciones en que zarpaban.
La voracidad de los comerciantes obligaba a los capitanes de los barcos a
realizar la ruta sabiendo que los barcos tenían podrida una gran parte de su
superficie y que seguramente naufragarían en cualquier momento. Preferían
cobrar el cuantioso “seguro” del barco antes que velar por la seguridad de
pasajeros y tripulación. Y por si esto no fuera poco durante los 250 años que
duró el tránsito del galeón de Manila por el pacífico ocurrieron una gran
cantidad de ataques de Corsarios que buscaban hacerse de sus fabulosas riquezas
aún a costa de su propia vida. La fama que daba a estos bandidos del mar el
haber capturado a uno de los Galeones de Manila les aseguraba su pase a la
posteridad además de grandes sumas de dinero.
La
península de California salta a la luz del interés de la Corona Española,
precisamente durante el siglo XVII y XVIII de la mano de la ruta del Galeón de
Manila. Como ya se ha explicado, la Nao de China en su viaje de retorno hacia
el puerto de Acapulco pasaba de forma paralela a nuestra península. En su
interior llevaba una gran cantidad de pasajeros enfermos, hambrientos y otros
más casi agonizantes. Era de imperiosa necesidad para la corona española (mejor
decir para los inescrupulosos comerciantes españoles) el encontrar algún punto
de desembarco en donde se les pudiera surtir de agua y alimentos para continuar
el viaje (y llevar su preciada carga a sus bodegas en Acapulco) y que se
pudieran recuperar los muchos enfermos que transportaba. De hecho el intento
fallido de fundar un enclave permanente en la California por parte del
Explorador Isidro de Atondo y Antillón en el año de 1683, fue motivado por la
apremiante necesidad que tenía la Corona Española de reducir las graves
pérdidas de los Galeones de Manila en su tornaviaje. En la expedición de Atondo
se realiza la primer incursión hacia la parte de Bahía Magdalena (costas
occidentales de la California) en busca de un sitio favorable y con agua para
la llegada del Galeón de Manila, sin embargo no se encuentra un espacio que
cubriera estas condiciones. Durante los años en que los Jesuitas estuvieron
realizando su labor evangelizadora en la California fueron constantes las presiones
de la Corona Española para que exploraran y establecieran un sitio en las
costas occidentales de esta península y que dieran salvataje a la Nao de China.
No
fue sino hasta el año de 1730 que el sacerdote jesuita Nicolás Tamaral logra
establecer una Misión en el sitio que se denominó San José del Cabo, en la
región que los pericúes llamaban “Añuití”). Hasta este sitio llegaron varios
Galeones de Manila a surtirse de agua en el famoso humedal que ahí se encuentra
y a recargarse de provisiones para culminar con el trecho que les quedaba para
llegar a Acapulco. El sacerdote Francisco Xavier Clavijero nos narra en sus
crónicas misionales que en el año de 1734 arribó a la bahía de San Bernabé (San
José del Cabo) un enorme Galeón de Manila con una gran cantidad de enfermos.
Después de permanecer varios días y surtirlo de agua y cuidar de sus enfermos,
dejaron en la misión a 4 de los pasajeros más afectados y el galeón continuó su
viaje hacia Acapulco. 3 de los enfermos se restablecieron totalmente y sólo 1 de
ellos, debido a su avanzada edad y grave condición, falleció. Los 3 regresaron
a la Ciudad de México, donde a la par del capitán del Galeón, contaron al
Virrey de la atención recibida por el Misionero del lugar. Fue entonces que se
recomendó a todos los Galeones de Manila hacer una parada para obtener
“refrescos” en su regreso al puerto de Acapulco.
Sin
embargo no siempre fueron bien recibidos los tripulantes del Galeón de Manila
en las Californias. Se sabe que en el año de 1589 el Corsario inglés Thomas
Cavendish capturó y saqueó a uno de los galeones, de nombre Santa Ana, frente
al Cabo California (hoy Cabo San Lucas) lo cual lo volvió el corsario más rico
de todo el mundo en esa época. En el año de 1709 otro corsario de nombre Woodes
Rogers atacó al galeón de nombre Nuestra Señora de la Encarnación, sin lograr
su captura sin embargo dejó a 8 marinos muertos y otros heridos. También se
sabe que en una ocasión que arribó un Galeón de Manila para surtirse de agua y
bastimento en San José del Cabo, al desembarcar una canoa con varios soldados,
fueron atacados por un grupo de pericúes los cuales les dieron muerte.
En
la actualidad se conoce que durante el tiempo en que el galeón de Manila
realizó su ruta y llegada a las costas de la Baja California, se llevó a cabo
un gran intercambio y contrabando de mercancías. La corona española
precisamente para evitar que las mercancías que traía el Galeón de Manila se
vendieran sin pagar los impuestos correspondientes, tenía una fuerte
prohibición al capitán de estos barcos para que comerciara con los productos,
sin embargo la corrupción ya se había enseñoreado también en estas lejanas
tierras, por lo que de forma descarada los comerciantes avecindados en la Baja
California acudían en sus botes hacia la Nao de China y compraban diversos
productos como especias, porcelanas, estatuillas, etc. A cambio de lingotes de
plata. Aún en la actualidad se puede apreciar en el Museo de las Misiones en
Loreto, B.C.S. una gran cantidad de objetos que fueron adquiridos en la Baja California
y procedían de las bodegas del Galeón de Manila.
Se
cree que unos 110 barcos tuvieron el honroso título de Galeón de Manila o Nao
de China y que pudieron surcar los mares desde las Nueva España hacia su
destino en el archipiélago Filipino y volver con sus grandes riquezas, sin
embargo no todos tuvieron esta suerte. Con la llegada del siglo XIX y los
movimientos independentistas que se dieron en todas las posesiones españolas,
México entre ellas, los viajes del galeón se suspendieron (en la Nueva España
en el año de 1815). Aunado a lo anterior la invención de los buques de Vapor
permitió que la Corona Española iniciara viajes por vías alternas hacia sus
posesiones en Filipinas perdiendo todo interés de que se hiciera por Acapulco.
Una vez consolidada la independencia de México, oficialmente en el año de 1821
se dio por finalizado el comercio con el sistema de los Galeones de Manila.
La
historia de la Antigua california es plena en sucesos que marcaron la vida de
nuestra nación y que impactaron en su destino actual. Mucho hay aún por
descubrir y dar a conocer, para que las generaciones de todos los tiempos se
sientan orgullosos de su pasado y celebren la vida de este paraíso natural.
Como colofón del escrito dejo a ustedes un inspirado verso basado en los
legendarios Galeones de Manila o Naos de China:
“A
las aguas de Acapulco llegando desde Manila con su gran riqueza enfila un
gigantesco galeón; por él vienen los ingleses armados para la guerra, cuando se
aleje de tierra encontrará al Centurión” (El galeón de Manila – Musador)
Bibliografía:
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Internacional de Historia de America:
Martín-Ramos,
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Rodao,
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27-35
John
D. Neville. «History of Thomas Cavendish», Heritage Education Program, US
National Park Service.
La
Historia de la Antigua o Baja California. IV tomos. Francisco Xavier Clavijero.
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