Autor: Sealtiel Enciso Pérez
Baja California Sur, por ser una península, es una tierra
propicia para la creación de historias en torno al tema de los piratas. Algunas
de ellas tienen como fondo eventos reales como fue el caso de Thomas Cavendish
y Woodes Rogers, que fueron corsarios que saquearon a los Galeones de Manila
frente al puerto de Cabo San Lucas; pero otras historias de piratas han sido
producto del imaginario de los lugareños. Con el paso del tiempo los nombres,
reales o ficticios de algunos de sus participantes, llegaron a convertirse en
toponímicos e incluso para ciertos eventos atmosféricos. Tal es el caso del
cual nos ocuparemos en esta narrativa.
Después de hacer una acuciosa investigación en diferentes
medios digitales e impresos sobre “el pirata Cromwell”, pude hacerme de una
serie de datos que arrojan mucha luz sobre la existencia, o no, de este mítico
personaje. Expondré aquí estos resultados dejando como siempre al amable
lector, para que sea él quien decida la conclusión de la existencia de este
escurridizo personaje.
En un interesante relato, producto de la creatividad del
escrito Manuel Alejandro Cota Crespo el cual se titula “EL COROMUEL”, menciona
lo siguiente: “Un día, allá a principios del siglo XIX, los diez o quince
habitantes a que se reducía la población de La Paz, se hallaban reunidos frente
a la casa única que entonces existía llamada la Casa del Rey. Contemplaban con
gran sorpresa e inquietud un barco, que cual misterioso aparecido amaneció
fondeado en el puerto, sin que se supiera por donde ni a qué hora había sido su
arribaje. En el aislamiento e incomunicación en que aquella gente vivía en ese
apartado suelo, la presencia del buque fue un acontecimiento impresionante por
lo extraordinario. ¿Qué buque será? ¿De dónde viene? ¿Qué vendrá a hacer?
Estas preguntas se repetían en voz baja, sin que nadie
pudiera contestarlas por más conjeturas que se formaran, apurando los esfuerzos
de una imaginación exaltada por el temor de la desconfianza. Lo único de que pudieron darse cuenta,
gracias a una anciana que mal deletreaba, fue que el buque se llamaba “El
Cromwell” porque así se leía en grandes caracteres por babor y estribor de su
proa; nombre que por su difícil pronunciación fue transformado desde luego en
el de “Cromuel” y, poco a poco después, en “Coromuel”. El buque permaneció en
completo aislamiento; nadie de a bordo vino a tierra, ni nadie de tierra se
atrevió a ir a bordo.
Dos días después de su arribo y poco antes de obscurecer
y comenzara a soplar la fresca brisa del sureste, echó al agua un bote que
salió al mar. Al día siguiente a la misma hora salió a la mar otro bote; y así
en lo sucesivo botes iban y botes venían aprovechando aquel vientrecillo
vespertino, con tal regularidad que poco a poco las gentes que desde tierra
estaban en constante acecho de cuanto en el buque pasaba, luego que comenzaba a
soplar, se decían unas otras: “ya viene el viento del coromuel”, y como si se
tratara de la cosa más novedosa e interesante, abandonaban sus ocupaciones y
permanecían viéndolos hasta que se perdían a lo lejos de la costa, entre las
obscuridades de la noche. Aquella extraña reserva que guardaban cautelosamente
a bordo, mantenía viva la curiosidad insatisfecha de los habitantes del puerto,
quienes dispuestos por su sencillez e ignorancia a ver lo sobrenatural, lo
pavoroso en todo lo que no podía explicarse, se suponían y comentaban mil cosas
diabólicas, algo de fantasmas y de hechicerías que pasaban en el misterioso
buque, cuyo mal pronunciado nombre corría de boca en boca, despertando cierto
temor supersticioso.
Al cabo de un mes de haber permanecido en el atracadero,
el Coromuel, que con tal nombre lo seguían llamando, izó sus velas y se alejó
del puerto sigilosamente, sin que volviera a saberse nada de él.
Pero al año siguiente, cuando las brisas del sureste
comenzaron a refrescar las tardes de verano, se avisó en el horizonte, llegó
otra vez a fondear en aguas de La Paz, y como en el año anterior, estuvo
incomunicado con tierra y despachando sus botes al atardecer. Al tercer año,
con los primeros soplos del vientecillo de que hemos hablado, vino a los
habitantes paceños el recuerdo del mismo buque.--¡ Ya viene el Coromuel—se
dijeron. Y positivamente, a poco echaba anclas en el fondeadero. Mientras los
habitantes de La Paz no podían darse cuenta de lo que el Cromwell venía a hacer
a estas costas, una tarde de ese último año mencionado, el capitán y el
contramaestre, recargados en la borda de popa y contemplando maravillados uno
de los bellísimos crepúsculos por los que se singulariza este admirable cielo californiano,
tuvieron la conversación siguiente:
--Por cierto —dijo el contramaestre— esto de venir a
hacer excavaciones tan aventuradamente en estas playas desiertas y gastar
tiempo y dinero no es cosa de alabarse.
--Tienes razón —dijo el capitán— pero ésta será la última
vez que lo hagamos.
--En fin —dijo su interlocutor— supongo que debe haber
alguna indicación en donde pueda encontrarse el tesoro.
Entonces el capitán le refirió:
--“Algunos años después de la conquista de México, uno de
los piratas ingleses que invadieron el Océano Pacífico y se refugiaron en las
costas de esta península, capturaron cerca de Cabo San Lucas uno de los
galeones de Filipinas, y entre el botín entregado a dos de los piratas
encontraron un documento en que se revelaba la existencia de un tesoro oculto
en cierto lugar de la “Ensenada de
Muertos”. Pero solos y sin recursos no pudieron quedarse a buscarlo, mas en una
región desconocida y habitada por tribus salvajes. En un principio pensaron
comunicar su hallazgo a algunos compañeros, pero comprendiendo que nada
lograrían con eso, resolvieron volver cuando tuvieran los medios necesarios.
Pero de inmediato surgió la dificultad de quien de los dos conservaría el
documento. Por muchos años los había unido una amistad íntima que como hermanos
se trataban, pero como cierzo que agosta el corazón de todo sentimiento noble y
generoso, se desconfiaron mutuamente, y pretextando que podía morirse alguno de
ellos o verse obligados a separarse, pensaron asegurar cada uno lo que le
correspondiera.
Después de meditar largamente como zanjarían aquella
dificultad, convinieron en dividir el documento en dos partes. De tal manera
pensaron para sí, uno sin el otro no podrá venir en busca del tesoro.
Ya en Inglaterra se separaron con el propósito de
procurar cada uno los medios para volver a la Nueva Albión, como por algunos
años se llamó a esta península, y apoderarse del tesoro. Pero a pesar de sus
esfuerzos no lo lograron y se resignaron a vivir en la mayor de las pobrezas.
Uno de ellos murió al poco tiempo y la parte del documento que le pertenecía se
fue trasmitiendo a sus sucesores hasta llegar a poder de mi esposa.”
Inútiles han sido mis pesquisas para encontrar la otra
parte; sin embargo resolví al fin venir a buscarlo, pero creo que no será
posible por los datos incompletos que poseo. Así es que nos iremos para no
volver más”.
Pasados algunos días de esa conversación, algo
extraordinario que pasaba en el barco en altas horas de la noche despertó a los
pobladores de La Paz. Se alcanzaba a escuchar un exaltado vocerío, gritos
aislados, estruendos de cadenas, luces que se movían rápidamente en todas
direcciones, lo que hizo creer que el buque se preparaba para zarpar, pero no
era eso, sino que parte de la tripulación se había amotinado dirigiéndose a la
cámara del capitán para asesinarlo; pero este bravo marino, fuerte como un
ballenato, repelió la inesperada agresión. Cuando estaban a punto de derribar
la puerta del camarote, otro grupo de leales se enfrentó a los revoltosos
dominándolos, entre ellos al cabecilla. Al día siguiente, ya restablecido el
orden, entre las cosas que se recogieron pertenecientes al promotor del motín,
el capitán encontró con grandísima sorpresa, el otro pedazo del documento que
hacía falta para dar con el tesoro. Enseguida el buque se hizo a la mar, y
pocos días después pescadores de la zona encontraron en la “Ensenada de
Muertos” grandes excavaciones y dentro de ellas restos de baúles y cinchos de
fierro enmohecidos.
El Cromwel ya no volvió a aparecer en estos mares, pero
su alterado nombre había pasado a ser el de la brisa vespertina, cuya deliciosa
frescura hace tan agradables las noches de esta ciudad de La Paz.”
Existe una variante de esta narración la cual la escribe
una persona con el seudónimo de “Abuelo choyero” y la cual titula “Mitos,
cuentos y leyendas sudcalifornias: “EL NOMBRE DEL COROMUEL””. En su documento
narra lo siguiente:
“El Coromuel es una hermosa playa que se encuentra en la
bahía de La Paz, en el Municipio del mismo nombre, en Baja California Sur.
Realmente es una de las playas más cercanas a la ciudad y muy bella, ya que se
encuentra rodeada por un lado de los cerros que muestran la flora típica del
lugar y por otro la bella vista hacia la bahía.
Una de las historias que se conoce entre los nativos del
lugar y que dan origen al nombre del Coromuel, surge aproximadamente en el
siglo XVIII, en aquella época donde los piratas merodeaban las aguas del
Pacífico y del Golfo de California en busca de tesoros, así como el abordaje y
saqueo a los barcos que en aquella época se dedicaban al transporte de
mercancías, telas y piedras preciosas desde la India.
En una ocasión, una de estas temidas naves empezó a
visitar la ensenada de éste bello lugar y misteriosamente se quedó por varias
horas. Los nativos del lugar que se dieron cuenta de tal nave, lo único que
hicieron fue esconderse para no ser vistos por los tripulantes y observar cómo
podían sus movimientos, temiendo que en algún momento fueran a zarpar y ser
atacados por estos piratas. Después de varios días de salir y regresar
nuevamente a la ensenada, se empezó a correr el rumor de que en el misterioso
barco se encontraba a bordo el osado Cromnwell, un famoso pirata que venía muy
sigiloso en busca de un lugar seguro donde ocultar sus tesoros.
Cada vez que entraba a la ensenada este misterioso barco,
los nativos del lugar, quienes no podía pronunciar bien éste nombre, decían
“Ahí viene el Coromuel” en vez de “Cromnwell” descomponiendo el apellido
original del pirata, dando origen al nombre del bello lugar que actualmente nos
regala atardeceres únicos frente al muelle.”
Finalmente encontré un excelente documento que viene a arrojar
mucha luz sobre las especulaciones que por años se han dado sobre el origen del
nombre del “Coromuel”. Este documento es de Darío Sbroggio, el cual se titula
“El Corumel – El viento pirata”. En su interesante escrito dice lo siguiente:
“El escritor Pino Cacucci en su libro “Le balene lo
sanno” – título en italiano de unas de sus obras, que significa “las ballenas
sí saben”, el “Corumel” – alteración de la palabra inglesa Cromwell – es según
este cuento “el nombre de un barco, probablemente inglés, que se presentaba en
la bahía de La Paz a cada ocaso y, según algunos improvisados historicos
estadounidenses, habría aparecido nada menos que en el siglo XVI, enviado por Oliver
Cromwell en persona para vencer el dominio español en la región”. Como
conclusión de este relato nos dice “Tal vez [la historia] no sea verdadera,
pero como historia de contarse a la posteridad, es linda.”
Sbroggio comenta en su documento: “Otra conclusión, de
toda manera no totalmente exhaustiva, brota del libro “La fuerza y el viento”
de Marita Martínez del Río de Redo, en el cual la escritora e investigadora
histórica mexicana, enamorada de historias ligadas al mar y con particular
atención a la piratería a cuyo estudio fue iniciada por su padre, el
historiador y antropólogo Pablo Martínez del Río y Vinent, nos cuenta que “en
Baja California sopla un viento llamado ‘coromuel’, el cual fue aprovechado en
una ocasión por Cromwell – cuya bandera se conserva en el Museo del Fuerte de
San Diego en Acapulco – para hinchar las velas de su nave y darle caza a uno de
los casi invencibles galeones de Manila”. De esta supuesta bandera – que en realidad
es el retrato pictográfico del también supuesto Cromwell, quizás usada como
bandera por el corsario inglés – parece que tenemos pruebas de su existencia,
como puede probar la foto que aparece en el mismo libro de la escritora
mexicana y como también confirman del museo de Acapulco que tiene en muestra el
artefacto”.
También cita Sbroggio lo siguiente: “El libro de Peter
Gerhard titulado “Pirates on the West Coast of New Spain 1575-1742“, un estudio
completo y detallado sobre los piratas y los corsarios que infestaban las
costas occidentales de México en aquellos casi doscientos años, donde el nombre
de Cromwell nunca se presenta por todo el libro, ni siquiera para señalar el
viento de lo cual hablábamos antes, ni menos como nombre de algunos barcos.”
Aunado a lo anterior Darío Sbroggio puntualiza: “un tal
Thomas E. Jones, el cual, por medio de lo que descubrió en la “New England
Historic Genealogical Society de Boston”, nos comenta que entre sus antepasados
hay nada menos que el capitán pirata Thomas Cromwell, que nació, vivió y murió
en el siglo XVII, aunque si activo en el otro lado de las costas mexicanas
respecto a aquellas en las cuales operaba el nuestro misterioso Cromwell, no
obstante, según las fuentes bibliográficas citadas por el supuesto descendiente
de dicho pirata – entre estas, las obras no nombradas de William Bradford y
John Winthrop, dos importantes cronistas de la primera mitad del siglo XVII, y
la obra del reverendo puritano John Wheelwright intitulada “Mercurius
americanus” – sus aventuras parecen hayan tenido que ver con tierras, como por
ejemplo la de Yucatán – donde hay pruebas de “visitas” de este pirata – que no
excluyen en su totalidad una presencia también entre las costas rocosas de la
Baja California. La huella, por cierto, parece algo débil y haber comprobado
que un pirata de nombre Cromwell haya existido realmente no es de gran
satisfacción, teniendo en cuenta que podría ser, con muchas probabilidades, que
este Thomas Cromwell no tenga nada que ver con el Cromwell que nos interesa.”
Finalmente Darío Sbroggio menciona un último dato que
puede arrojar luz sobre la probable existencia, o no, del llamado “Cromwell”:
“un manuscrito no fechado de Homer Aschmann en el cual, luego haber analizado
las diferentes teorías ligadas al nombre de Cromwell, bosqueja una hipótesis
que aunque no pueda ser considerada en su totalidad satisfactoria, de cualquier
manera podría ser suficientemente probable. Aschmann supone que el nombre de
Cromwell y la leyenda alrededor de la cual se mueve su fantasma, sean
atribuibles a Oliver Cromwell, caudillo militar y político inglés que a mitad
del siglo XVII puso fin, temporalmente, a la monarquía en Gran Bretaña. En
realidad, como nos explica el mismo Aschmann, parece que Oliver Cromwell nunca
dejó las islas británicas durante su vida, pero lo que parece cierto es que
Gran Bretaña, especificadamente durante el gobierno de Cromwell, fuese bastante
activa en el ataque al comercio de los españoles, ya sea en el Mar del Caribe,
como por el otro lado de las costas mexicanas, sobre todo a lo largo de la
amplia zona litoral que empieza desde el actual estado de Guerrero – Acapulco
era sin duda el puerto principal -, hasta las costas del Pacífico y el Mar de
Cortés. Según esa teoría parecería que los marineros españoles, sobre todo los
que venían vencidos por un cualquier corsario inglés, hayan ligado el nombre
del temible líder británico Cromwell, al avistamiento de cualquier barco
inglés, trasformando todo esto en el espanto de los marineros gachupines en el
Pacífico.”
Sea cual fuere la decisión que tomemos al escoger una u
otra versión del origen del nombre de “Coromuel” no podemos negar la belleza de
relatos que involucra cada una y el ingenio y dedicación que pusieron sus
autores para legarnos esta hermosa palabra.
Bibliografía:
“El Coromuel” - Manuel Alejandro Cota Crespo
“Mitos, Cuentos y Leyendas Sudcalifornias: El Nombre Del
Coromuel” - Abuelo Choyero (Seudónimo)
“El Corumel – El Viento Pirata” - Darío Sbroggio
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