Durante la llegada de los colonos europeos a la California sucedieron una serie de situaciones, algunas jocosas y otras violentas, en lo que se puede considerar el proceso de conocimiento de ambas culturas.
Una de estas aventuras ocurrió el 16 de octubre de 1697, a unos días de haber llegado los colonos europeos al mando del SJ Juan María de Salvatierra a la ensenada de San Dionisio, y específicamente al punto de desembarco al cual los Californios denominaban "conchó" pero que fue bautizado por los recién llegados con el nombre de "Loreto".
El episodio sucedió de la siguiente manera:
Cuando los colonos empezaron a desembarcar los alimentos, herramientas y diversos materiales que traían en las naves y que posteriormente les servirían para iniciar una pequeña villa o Presidio, también descargaron los animales que les servirían como simiente de las especies así como alimento. Entre estos animales venía un grupo de lechonsitos o cerdos pequeños, los cuales por su tamaño y forma llamaron mucho la atención de los Californios, para los cuales eran totalmente desconocidos. Cuando llegó el turno de que las mujeres se acercaran a ellos para admirarlos ocurrió una situación que provocó la risa de todos, aunque no tanto para las mujeres. Como es sabido las mujeres Californianas vestían unos faldellines que confeccionaban de pencas de agave las cuales machucaban con piedras hasta convertirlo en un hilo muy delgado y resistente, posteriormente cortaban carrizos y utilizaban sólo los botones o nudos de los mismos para irlos ensartando en pequeñas hileras hasta que finalmente confeccionaban su prenda de vestir.
Cuando las mujeres Californias se acercaron a admirar a los lechonsitos, al caminar con sus faldas empezaron a hacer un sonido semejante al que se hace para llamar a los cerdos a que coman: se hace sonar el maíz al batirlo dentro de un recipiente. Fue entonces que los cerdos al escuchar este sonido empezaron a seguir a las mujeres las cuales por más que corrían no lograban escapar de estos pequeños animalitos, lo cual provocaba una gran risa entre los espectadores. Las mujeres estaban casi al borde de la desesperación y fue en esos momentos que el sacerdote Salvatierra ordena a uno de los hombres que les diera una ración de maíz para los cerdos con tal de que dejaran en paz a las mujeres.
Como podemos abstraer después de esta narración los primeros encuentros entre colonos y Californios fue tranquilo y propio de dos culturas que empiezan a conocerse.