La expedición de Sebastián Vizcaíno a la California en el año de 1596



Grabado con imagen del explorador Sebastián Vizcaíno

Autor Sealtiel Enciso Pérez

Sesenta y un años después de la llegada de Cortés a las costas de la California, esta tierra seguía siendo un misterio a desentrañar. En el siguiente relato, el escritor Ignacio del Río Chávez en su libro "A la diestra mano de las Indias" nos cuenta cómo fue la expedición que encabezó Sebastián Vizcaíno durante su primer incursión en esta península:

"Así estaban las cosas cuando el virrey Gaspar de Zúñiga, conde de Monterrey, ratificando una concesión dada por su antecesor en el gobierno de la Nueva España, dio autorización y ofreció ayuda financiera para que una compañia de interés privado y con fines comerciales preparara una nueva expedición para pasar a la península, donde, según se estipuló en el asiento respectivo, debía establecerse un campamento de base, para proceder luego a la explotación pesquera, a la captura de ostra de madreperla y al beneficio de los yacimientos minerales que se hallaren. Encabezaba la empresa concesionaria Sebastián Vizcaíno, diestro en las artes de la navegación, quien por cierto tenía la experiencia de haber efectuado en 1589 en tornaviaje de Filipinas a la Nueva España. 

Aunque desde los tiempos de Cortés no se había vuelto a intentar la fundación de una colonia en el litoral interior de la península, luego que los piratas ingleses empezaron a merodear por las costas californianas pareció haber motivos más que suficientes para revivir ese abandonado programa colonizador, sobre todo por el convencimiento que se tenía de que una base de operaciones instalada en la vertiente del golfo facilitaría el avance ulterior hacia el litoral del Pacífico. A la ocupación de la California peninsular se le asignó desde entonces una función estratégica, que es la que en buena medida explica muchas de las concesiones que de allí en adelante otorgó la corona a diversos grupos y personas que se ofrecieron para llevar al cabo el poblamiento de la provincia. Si bien es cierto que la península volvió a interesar por sí misma -y esto se verá en las páginas que siguen-, verdad es también que, desde los últimos años del siglo XVI, aquella exigencia de carácter estratégico no dejó de ser considerada por las más altas autoridades del Imperio siempre que hubo necesidad de tomar decisiones sobre el caso californiano. No ha de resultar extraño, así que la expedición autorizada por el conde de Monterrey, siendo un negocio de interés particular, se realizara con cierto auxilio económico por parte del real erario.




Concluidos los preparativos del viaje, el año de 1596 salió Vizcaino de Acapulco con los bajeles San Francisco, San.fosé y Tres, Reyes bien provistos de armas y bastimentos. Costeó primero hacia Sinaloa, para luego dirigirse a las tierras californianas y entrar finalmente al puerto de Santa Cruz, al que rebautizó con el nombre de La Paz en virtud del recibimiento cordial que le hicieron los naturales. En ese puerto se asentó una parte de los colonos, mientras las naves se aplicaron a recorrer las costas. 

Tierra inhóspita y poblada por grupos de cazadores-recolectores, California no resultó ser lo que los forasteros esperaban y pronto el capitán se vio en la imposibilidad de conjurar los pleitos, las intrigas y aun los actos de sabotaje que llegaron a realizar algunos colonos. Absorbida la mayor parte de los esfuerzos por las múltiples tareas necesarias para asegurar el poblamiento, la pesca de perlas quedó todo el tiempo relegada, con lo que resultó inevitable la frustración de los expedicionarios, al grado de que muchos de ellos empezaron a exigir el 'inmediato regreso. Ante la presión de los inconformes acordó Vizcaíno que dos naves retornaran a la Nueva España en tanto que, a bordo de la otra embarcación, él proseguía el reconocimiento de la costa en busca de otros sitios susceptibles de ser poblados. Hacia el final del año de 1596, casi totalmente agotadas las provisiones de boca, el capitán y la gente que quedó para acompañarlo tuvieron asimismo que abandonar la provincia. 

Lejos estuvo Vizcaíno de compartir el desencanto de sus compañeros. No obstante el fracaso experimentado, en la propia relación en que dio cuenta a las autoridades de los incidentes del viaje hizo un formal ofrecimiento para volver a la península. Decía en su escrito que, a más de la conversión de los indios, justificarían una nueva entrada la gran extensión que tenía California - "más dos veces que esta Nueva España"-, la abundancia de peces y de perlas, la riqueza de las salinas - con cuyo producto afirmaba que se podían "cargar mil flotas" - y la posibilidad de hallar pueblos más ricos hacia el norte, lo que el navegante deducía de ciertos informes que, según dijo, los nativos le habían comunicado por medio de señas.




Para hacer posible la realización de esa nueva entrada pedía el capitán una ayuda oficial de 35 000 pesos en moneda, así como algunas mercedes y privilegios para la gente que acudiera a la conquista. Seguro de que un plan así no tenía por qué fracasar y de que la tierra escondía otras realidades distintas a las observadas durante el viaje reciente, ofreció paladinamente poner bajo el mando de la corona todos los "puertos de mar, cabeceras y ciudades" que pudiere fundar o descubrir en los dilatados territorios de la California. 

Dudose de las perspectivas halagüeñas que se desprendían del informe de Vizcaíno. Y, en realidad, había fundados motivos para pensar que las cosas no podían ser tan fáciles como lo creía el solicitante. Corrían en la época otras versiones acerca de lo que era la provincia californiana, difundidas en buena parte por los pescadores de perlas que en los años anteriores habían visitado la península y seguramente corroboradas por muchos de los que fueron con Vizcaíno. Esa otra imagen, capaz más bien de provocar el desaliento, quedó apuntada en un texto del cronista Baltasar de Obregón, quien, según él mismo aseveró, fue alguna vez "a sacar perlas a la dicha isla".

Hay en la California - escribió el autor mencionado hacia el año de 1584- altas sierras peladas; es isla espinosa, arcabucosa y poblada de caribes desnudos, gente la más rústica, deshonesta, sucia, vil y villana que se ha visto ni descubierto en las Indias. Traen el cabello largo hasta la cintura, son belicosos de puro bestiales, y notables buzos; cúrsanlo [sic] en sacar ostras de.perlas de quince e veinte brazas en hondo, que es su ordinario mantenimiento y todo género de silvestres sabandijas, caza y pita[ha ]yas.

No se trataba de una noticia excepcional sino más bien de un dato corriente entre quienes estaban enterados de lo que contaban los marineros que volvían de la península. 

Bibliografía:

 "A la diestra mano de las Indias" - Ignacio del Río Chávez.

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