LA CUENTA DEL TIEMPO Y LOS NÚMEROS ENTRE LOS CALIFORNIOS





Autor: Sealtiel Enciso Pérez

De la interacción que surgió entre los colonos recién llegados a la California y sus antiquísimos habitantes se empezaron a conocer las formas en las cuales, los indígenas, se valían para contar y llevar el tiempo. Obviamente los procedimientos eran muy rudimentarios y limitados, sin embargo, ¿Para qué inventar algo más complicado si sólo importaba lo que pudieran cargar consigo en sus largas travesías? Si el tiempo sólo era el transcurrir de un amanecer a otro, ¿Para qué inventar intrincadas formas de medirlo?

El sacerdote Miguel del Barco nos legó en su libro “Historia Natural y Crónica De La Antigua California” información muy interesante sobre el punto que vamos a tratar:

“Su contar [de los indígenas] es tan corto que, por lo común, sólo llega hasta cinco. Para los cuatro primeros números tienen sus particulares nombres. Los cochimíes cuentan así: “tejueg”, uno; “goguó”, dos; “kombió”, tres, y “magacúbuguá”, cuatro. Para el número cinco recurren a la mano, y dicen “naganná tejueg iñimmél”, esto es, una mano entera. En pasando de este número, regularmente se confunden y dicen muchos o muchísimos, sin más expresión de número.

No obstante, los más despiertos y hábiles prosiguen adelante, y para decir seis, dicen: una mano y uno; siete, una mano y dos, y así de los demás hasta diez, el cual número le explican diciendo ”naganna iñimbal demuejueg”, esto es las manos todas enteras, entendiendo aquí por manos, los dedos de ellas. Para explicar, dicen: las manos todos y un pie. Y para el número veinte: las manos y los pies todos enteros. Y de aquí no hay quien pase adelante.



El año le dividen en seis partes. La primera llaman “meyibó”, que, es el tiempo de pitahayas, y por la abundancia de esta regalada fruta, es para ellos el tiempo más alegre y apreciable, y dura parte de junio, todo julio y parte de agosto. La segunda, que llaman “amadá-appí”, comprende todo septiembre y parte de agosto y de octubre, que es cuando la tierra, habiendo llovido, se viste de verde, y es el tiempo de tunas y de pitahayas agridulces; y por esto es también para los californios tiempo muy estimable y no menos por otras semillas, que en este tiempo recogen. Síguese la tercera temporada, que llaman “amadá-appí-gal-lá”, cuando ya la yerba (que nació en la estación antecedente), va blanqueando y secándose, después de sazonada ; y es nuestro noviembre y parte de octubre y de diciembre. La siguiente estación, que es la cuarta, y se llama “meyihél”, comprende la mayor parte de diciembre, todo enero y parte de febrero, que es el tiempo del mayor frío. La quinta es todo marzo y algo antes y después, y la llaman “meyijbén”. La sexta, finalmente, contiene parte de abril, todo mayo y parte de junio, y se llama “meyijbén-maayí”. La palabra “maayí” significa cosa mala, y a esta temporada parece que la llaman mala porque es el tiempo de la mayor hambre, en que, por haberse acabado el mezcal de sazón (que o lo han comido, o por haber ya espigado y florecido, se va secando), y por haber faltado otras comidas suyas, apenas hallan en el campo con qué sustentar la vida. Por esto la estación siguiente que, por la abundancia y bondad de las pitahayas dulces, es por sí misma muy apreciable, la aumenta su estimación el salir de la miseria precedente.

Los mismos cochimíes llaman al día “ibó”, nombre que también dan al sol. A todo el año entero, llaman meyibó, que es el mismo nombre, que, como queda dicho, dan en particular a la temporada de pitahayas: al modo que en Europa usaban alguna vez los antiguos contar los años por las cosechas de trigo o por el tiempo de ellas. Los meses los distinguen por las lunas, pero no usan de esta cuenta sino cuando más para nombrar uno o los dos meses últimos que acaban de pasar. Siendo tiempo más remoto, no cuentan por lunas sino por las estaciones del año, que dejamos notadas. Y aún más frecuentemente no se valen de este modo último de contar sino que recurren a otras señas, para decir el tiempo en que sucedió alguna cosa: como diciendo cuando cogimos la semilla, o cuando fuimos a tal parte, o cosa semejante.



Todo esto debe entenderse de los antiguos californios, y no de todos los modernos; porque ahora todos los que saben hablar castellano (que son muchos en cada misión, exceptuando las muy nuevas) , saben también distinguir los meses, y llamarlos con sus nombres castellanos. Saben asimismo contar puntualmente hasta cincuenta y aun hasta cien. Pero esto ha de ser contando sencillamente, porque si quieren meterles en otra cuenta un poquito más delicada, se confunden y no aciertan”.

Bibliografía

HISTORIA NATURAL Y CRÓNICA DE LA ANTIGUA CALIFORNIA - MIGUEL DEL BARCO

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