CALIFORNIA. LA MÍTICA ISLA HABITADA POR MUJERES Y EN DONDE ABUNDABAN LAS PERLAS Y EL ORO.





Autor: Sealtiel Enciso Pérez

En la actualidad, nuestra península es visitada cada año por millones de turistas, existen modernas vías y medios de comunicación y gracias al internet y la telefonía celular podemos conocer, y que nos conozcan, en todas partes del mundo. Sin embargo hace poco menos de 500 años nadie sabía de la existencia de estas tierras ni de la gente que en ella habitaba.

Según el prestigiado y emérito investigador Miguel León-Portilla, el primer acercamiento que tuvieron los españoles, que recién habían destruido el imperio Mexica, en el año de 1521, comandados por Hernán Cortés, fueron los informes que les entregó un grupo de exploradores que se enviaron hacia las costas de lo que hoy son los estados de Colima y Nayarit. En estos informes se narra la existencia de un sitio llamado “Ciguatán” la cual “era una isla toda poblada de mujeres, muy ricas en perlas y oro”. Aunado a lo anterior, entre la soldadesca que acompañaba a este explorador era muy conocida una obra de nombre “Las sergas de Esplandián”, novela de caballerías de Garcí Rodríguez de Montalvo, publicada en 1510, y en la que se lee lo siguiente: “Sabed -dice el poeta- que a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada California, muy llegada a la parte del Paraíso Terrenal, la cual, fue poblada de mujeres negras, sin que algún hombre entre ellas hubiese, que casi como las Amazonas era su manera de vivir… la ínsula en si la más fuerte de rocas y bravas peñas que en el mundo se hallaba; las armas eran todas de oro, y también las guarniciones de las bestias fieras, en que después de haberlas amansado, cabalgaban; que en toda la isla no había otro metal alguno. En esta isla de California vivía una reina Calafia llamada…”. Para los españoles, en su totalidad codiciosos y amantes de los descubrimientos, fue fácil es mezclar ambas historias y creer que eran totalmente ciertas.


Es así como se inician una serie de viajes hasta las costas de la California (o Ciguatán, como también se le nombraba) para explorar y saber de la veracidad de las riquezas que se mencionaban. Cuando los primeros exploradores enviados por la Corona Española, entre los que figuraron Esteba Rodríguez Lorenzo, Francisco de Ortega, Francisco de Ulloa, Hernando de Alarcón, Rodríguez Cabrillo, Sebastián Vizcaíno, llegaron a estas tierras y tuvieron contacto con los grupos indígenas que la habitaban se dieron cuenta que tanto hombres como mujeres usaban en sus cabellos una gran cantidad de perlas. Lamentablemente la mayoría de esas perlas estaban quemadas y acanaladas, por lo que su valor era mínimo. Sin embargo al explorar las islas y playas de la península encontraron muchos “placeres” con una gran cantidad de madreperlas. Todas estas de un gran tamaño y de una calidad suprema, incluso jamás antes vista en las perlas que llegaban a Europa.


Es así como desde el descubrimiento de la California se inicia la explotación perlera, sin embargo se hacía de forma artesanal y en una escala muy reducida. En primer lugar porque llegar hasta estas tierras involucraba un gasto económico muy fuerte así como el sostener a un grupo de hombres que se dedicaran a trabajar la perla era muy difícil, sobre todo por la carencia de agua y alimentos que sostuvieran al campamento. Esta situación no mejoró en gran medida con la llegada de los Jesuitas y la creación de los primeros asentamientos fijos en la California. La causa de ello era que los Ignacianos prohibían terminantemente a los soldados y colonos que buscaran perlas y mucho menos emplearan a los indios en estas labores, aquellos que infringieran este mandato eran expulsados de estas tierras.


Para que podamos darnos una idea de la gran cantidad de perlas que había en ese entonces en estas tierras, les comentaré una anécdota de un soldado del presidio de Loreto que se hizo rico con un golpe de suerte. Corría el año de 1740, y nuestro colono, de nombre Manuel de Ocio, laboraba como soldado y custodio del sacerdote Fernando Consag, el cual en ese entonces se encontraba en la Misión de San Ignacio. Una tarde acudieron varios indígenas cochimíes y le dijeron que como producto de un mal tiempo que acababa de ocurrir, muchísimas madreperlas habían sido arrojadas a la playa y en su interior encontraron muchas de las perlas que él les compraba. Viendo la oportunidad de su vida, De Ocio se da de baja de la guardia y de inmediato se traslada al lugar indicado en donde por varios días se dedica a recolectar estas perlas. Cuando ya tiene una cantidad muy buena, viaja a Sinaloa y compra varias canoas y alimentos, así como contratar a indígenas y colonos que desearan trabajar para él en la explotación del “placer” recién descubierto. Y es así que por espacio de 8 años se dedica a sustraer estas perlas llegando a obtener una cantidad de 11 arrobas (aproximadamente  126.5 kilos) con lo cual llegó a ser considerado como el hombre más rico de América.

Al finalizar el régimen jesuítico a mediados del siglo XVIII, la extracción de Perlas empezó a masificarse pero no en gran escala, por lo general eran pequeños grupos familiares que ocasionalmente obtenían algunas perlas de valor las cuales cambiaban por alimentos, herramientas y ropa en los comercios de la contracosta. Esta situación no mejoró durante la mayor parte del siglo XIX. Fue hasta pocos años antes del siglo XX, cuando ya habían prosperado familias de mucho poder económico como los Ruffo, González Canseco, Hidalgo, Vives, Viosca, Rocholl, Navarro, entre otras, que empezaron a crear las famosas Armadas Perleras, que eran un grupo de canoas y barcos pequeños en los que viajaban por lo general indios Yakis y que realizaban la pesca de madreperlas a través de la inmersión y conteniendo la respiración por espacio de 1 o 2 minutos. A este tipo de pesca se le llamó “de chapuza o de cabeza”. En el año de 1904, los señores Antonio Ruffo, Manuel Hidalgo, Francisco A. González, Gastón Vives Goureaux y Eugenio Sánchez Laurel, fundan la Compañía Criadora de Concha y Perla de Baja California, S.A. (CCCP), la cual junto con la Compañía Mangara Exploration Limited, acapararon todas las zonas marítimas del pacífico mexicano e iniciaron una explotación desordenada y voraz de la madreperla. Es verdad que esto significó pingües ganancias para sus dueños, pero llevó a la destrucción casi total de la especie productora de perlas.



Uno de los inversionistas de la C.C.C.P., el Sr. Gastón Vives realizó durante casi una década experimentos exitosos para la reproducción de forma “asistida” y con protección especial a los “juveniles” de madreperla, motivo por lo cual es considerado como el primer maricultor de América. Construyó en la Isla Espíritu Santos una serie de instalaciones especiales en donde se lograba la reproducción de millones de larvas, para posteriormente alimentarlas y cuidarlas hasta que tuvieran un buen tamaño. Finalmente protegidas con una serie de artefactos que él creó y patentó, las madreperlas eran “sembradas” en un sitio de crecimiento para que a la postre, y de forma natural, produjeran las perlas más hermosas y las conchas de madreperla de mayor calidad (que posteriormente se comerciaban en Europa para confeccionar botones de camisas).

Sin embargo con el movimiento Revolucionario y la caída del régimen porfirista estas empresas desaparecieron. Una vez que los regímenes post revolucionarios abrieron toda la costa de la península para su explotación por todos aquellos que así lo quisieran, se empezó una depredación masiva de los placeres que aún quedaban. La reciente tecnología de la extracción de perlas utilizando escafandra, vino a dar el puntillazo a esta actividad económica ya que con las pesadas botas de plomo que utilizaban los buzos de escafandra, destrozaban a las madreperlas juveniles; y además de que con este aditamento podían acceder a los pocos bancos de crianza de madreperlas que se habían salvado por estas en zonas más profundas. La industria de la extracción de perlas estaba siendo aniquilada.


Fue en el año de 1939 que no quedaba ninguna madreperla más por extraer. La sobreexplotación había acabado con ella. Algunas personas sostienen que fue un fenómeno llamado “epizootia”, que es una epidemia altamente contagiosa que mató a esta especie. Otras personas aseguran que vieron a barcos japoneses lanzando tanques con veneno entre los pocos placeres que quedaban, con el fin de aniquilar la especie y que su país obtuviera la supremacía en el mercado perlero. 

Y es así como finaliza una de las etapas más interesantes en el desarrollo de nuestra tierra. Las perlas y la ambición que despertó en los hombres, fue el motivo por el que nuestra península fue explorada, colonizada y explotada, y aunque la explotación de las madreperlas y su producto, las perlas, se ha vuelto casi artesanal y un negocio de unas cuantas personas, es justo reconocer que nuestro estado está en deuda con esta especie marina y con la actividad económica que la rodeó.


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